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Opinión

La tarea es superar el romanticismo

La tarea es superar el romanticismo

Hay dos proyectos político-ideológicos en pugna, con la mayoría de la población apostando a cada uno: el neoliberal/neofascista (transnacional, conducido por el macrismo) y el republicano tardío (nacional/popular, conducido por el peronismo).

El primero avanza en el mundo y gobierna por encima de los gobiernos formales, porque hace décadas que trascendió los límites materiales e ideológicos de un caduco republicanismo liberal, ante cuyo altar nos seguimos arrodillando.

El segundo es alentado por el presidente Alberto Fernández, quien afirma que él no es un revolucionario que pretende arrojar la realidad por la ventana para reemplazarla por otra realidad, sino un reformista que cree que dentro del sistema establecido es posible avanzar. Y para ello sostiene que el estado de derecho necesita una “institucionalidad adecuada”.

Pero este es un rumbo que no convoca. Dentro del Frente de Todos, la única que convoca es Cristina Kirchner, como se ha visto en estos días. Y este es otro proyecto político ideológico, otro rumbo, en alianza temporal con aquel republicanismo liberal tardío.

La vicepresidenta sostiene que hay que ampliar y profundizar la democracia popular y desde allí es que proyecta su permanente aliento al empoderamiento, a que cada uno sea dirigente de sí mismo, a proclamar que “va a pasar lo que ustedes quieran que pase”, a decirle al presidente que no mire las tapas de los diarios, sino al pueblo.

Y sin aparente conexión con todo ello, propone un capitalismo conducido por el Estado, no por el Mercado, y pone a China como ejemplo. El mismo ejemplo que enarbola (pero no el único) cuando afirma que el siglo 21 ya no necesita de liderazgos individuales, típico de los siglos 19 y 20, sino colectivos.

Así las cosas, aquella “institucionalidad adecuada” se debate entre dos concepciones político-ideológicas: o se define para el siglo 21, dejando atrás de una vez por todas el romanticismo del siglo 19, a través de una asamblea constituyente (a falta de revoluciones a la usanza del siglo 20), o se piensa que ese estado de derecho y esa institucionalidad son las mismas del siglo 19, que han sido traicionadas y deben ser recuperadas.

Nosotros preferimos el primer camino, porque el segundo es más de lo mismo: un orden jurídico que legaliza el control oligopólico de la economía; una organización política que subordina las necesidades y expectativas del pueblo a los intereses de ese oligopolio; un sentido común estructurado para naturalizar aquel control y esta subordinación.

Desde mediados del siglo 19 este complejo institucional se conoce como República Burguesa, porque responde a las necesidades y expectativas de la burguesía, definida ésta como el conjunto de personas propietarias de los medios de producción y de cambio, es decir, la clase dominante.

Esta clase dominante mantiene su hegemonía, aunque se ha transformado sustancialmente en términos materiales: hoy está constituida por las corporaciones transnacionales y el crimen organizado, que conducen el mundo por encima de los gobiernos formales. Estos gobiernos sólo pueden administrar, con mayor o menor pericia, esta “complejidad del contexto” o “puja distributiva”, como les gusta decir a muchos para minimizar tamaña crueldad.

En términos ideológicos, la transformación también es sustancial. La representación política ha perdido casi todo su fundamento original. La clase dominante ya no es liberal (si alguna vez lo fue), orientando nuestro sentido común hacia la libre competencia con el otro. Desde hace años, la clase dominante se ha transformado en neofascista, porque reorienta nuestro sentido común hacia el aislamiento o la eliminación del otro.

Gobernar no puede ser para nosotros administrar la “complejidad del contexto” y la “puja distributiva”. Gobernar debiera ser para nosotros hacer visible esa complejidad y ocuparse, junto al pueblo trabajador, de transformarla en favor de sus necesidades y expectativas, que no son las mismas que las de la clase dominante.

Aquel romanticismo del siglo 19 siempre ha sido energizante del lado izquierdo de la vida, nunca del lado derecho, cuyo caldo de cultivo ha sido y sigue siendo el pragmatismo puro y duro.

Ese lado siembra siempre fascismo, apelando a los sentimientos más oscuros que anidan en cada uno de nosotros y logra su brote en muchos. No importa si brota en la mayoría del pueblo o en una minoría. Lo que importa es que es intenso y peligroso. Lo que importa es ese sentimiento fascista que despierta, hablando en nombre de la República. De esa República que sólo acepta una sola forma de sentir, de pensar, de actuar.

Esta es la convicción del fascista. Porque la otredad no le resulta comprensible ni le interesa comprenderla. Por lo tanto, la desprecia, la niega, la elimina. La xenofobia, la misoginia, el machismo, la homofobia, sólo son derivaciones de aquella matriz ideológica. Es por todo esto que no sirven los llamados a la racionalidad, al diálogo democrático. Es por todo esto que tampoco sirven las calificaciones de canallesco o de miserable. Porque todo eso es puro romanticismo. No les interesa.

 

Carlos Sortino es militante de la Agrupación Municipal Compromiso y Participación (COMPA), de La Plata, en el Frente de Todos.

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1 comentario

1 comentario

  1. Pablo Bonastre

    31 de agosto, 2022 at 22:43

    Excelente. teniendo por exclente la oportunidad de reflexionar en el hueso de las cosas.

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